domingo, 5 de septiembre de 2010

Ortografía

I.- Las siguientes frases no tienen puntuación. Coloque los signos correspondientes.

1. Los mares las selvas los montes los ríos y el firmamento son como el adorno del escenario del mundo
2. Luis y Pedro que son amigos por su profesión se odian en silencio
3. Escribiré a su padre pues usted me lo ruega
4. Insistió tanto que no hubo más remedio que atenderle
5. Antes de que lleguen los exámenes tendremos que estudiar y repasar lo ya estudiado
6. Madrid la capital es una ciudad muy grande
7. Expresó sus ideas con orden pero no las apoyó suficientemente
8. Mis amigos una vez comprada la casa se instalaron en ella
9. Yo si me lo proponen lo acepto
10. La mona aunque se vista de seda mona se queda


II. Lee lo siguiente y posteriormente, realiza otro ejemplo con cada uno de los presentes.

Presente actual: Indica que la acción coincide con el momento en que se habla o se escribe
Ejemplo: Estudia la lección.

Presente habitual: Indica acción que ocurre habitualmente.
Ejemplo: Siempre estudia para sus exámenes.

Presente durativo: Indica que la acción que ocurre cuando se habla o se escribe también sucedía antes y seguirá sucediendo después.
Ejemplo: Por aquí pasa el autobús de la escuela.

Presente gnómico: Se utiliza en refranes, sentencias, definiciones, para indicar que suceden en cualquier tiempo pasado, presente o futuro.
Ejemplo: En verano hace mucho calor.

Presente histórico: Tiempo de gran valor literario porque actualiza los hechos pasados convirtiéndolos en presentes para el lector, aproximándolo a la escena que se narra.

Presente conativo: Expresa una acción pasada que estuvo a punto de producirse.
Ejemplo: Por poco nos quedamos allí.

Presente por futuro (perífrasis verbal): Mañana voy al cine (iré)

domingo, 15 de agosto de 2010

Ejercicio de la lectura 2

ESPAÑOL I.

Maestra: Candy Zapata Canché.

Nombre del alumno (a):

1 semestre grupo:


ACTIVIDAD No. 1

I. Después de haber leído el texto, contesta las siguientes cuestiones.

• ¿Por qué el relato se titula: La gloria de los feos?

• ¿Cómo explicarían cuál es el momento de gloria de los feos? Vinculen su
respuesta con la últimaoración del texto: "Los feos y los tristes tienen también sus instantes gloriosos".

• Den a conocer, con el mínimo de palabras, el asunto del cuento.

• ¿Cómo se relacionan con los otros chicos del barrio, Lolo y Lupe? Expongan ustedes las razones que existen para ello. Si no lo dice la lectura,
supónganlo y exprésenlo.

• Describan físicamente a los personajes, primero en la infancia y después en
la pubertad.

• Expongan su opinión sobre el relato.
¿Podrían dar a conocer algún episodio semejante ocurrido en su entorno?

II. Subraya la respuesta correcta:


Qué tipo de oración compuesta es: “Lupe y Lolo eran así: llevaban la estrella negra en la cabeza”.

a) Coordinada b) Yuxtapuesta c) Subordinada.

En la oración: Era guapa de cara, tenía los ojos grises y el pelo muy negro… Qué tipo de descripción emplea:

a) Retrato b) Etopeya c) Prosopografía.

Sinónimo de la palabra desternille
a) Morirse de risa b) llorar c) murmurar.

En la siguiente oración, el verbo conjugado corresponde al tiempo: “Venía por la misma acera, en dirección contraria”.

a) Pretérito b) Pospretérito c) Copretérito


En la frase: “Y se lo había cortado corto…” se emplea un vicio de redacción:

a) Pleonasmo b) Monotonía c) Anfibología.






¡QUE TENGAN LINDO DÍA!

Lectura 2

La gloria de los feos

Me fijé en Lupe y Lolo, hace ya muchos años, porque eran, sin lugar a dudas, los raros del barrio. Hay niños que desde la cuna son distintos y, lo que es peor, saben y padecen su diferencia. Son esos críos que siempre se caen en los recreos; que andan como almas en pena, de grupo en grupo, mendigando un amigo. Basta con que el profesor los llame a la pizarra para que el resto de la clase se desternille, aunque en realidad no haya en ellos nada risible, más allá de su destino de víctimas y de su mansedumbre en aceptarlo. Lupe y Lolo eran así: llevaban la estrella negra en la cabeza. Lupe era hija de la vecina del tercero, una señora pechugona y esférica. La niña salió redonda desde chiquitita; era patizamba y, de las rodillas para abajo, las piernas se le escapaban cada una para un lado como las patas de un compás. No es que fuera gorda: es que estaba mal hecha, con un cuerpo que parecía un torpedo y la barbilla saliéndose directamente
del esternón. Pero lo peor, con todo, era algo de dentro; algo desolador e inacabado. Era guapa de cara: tenía los ojos grises y el pelo muy negro, la boca bien formada, la nariz correcta. Pero tenía la mirada cruda, y el rostro borrado por una expresión de perpetuo estupor. De pequeña la veía arrimarse a los corrillos de los otros niños: siempre fue grandona y les sacaba a todos la cabeza. Pero los demás críos parecían ignorar su presencia descomunal, su mirada vidriosa; seguían jugando sin prestarle atención, como si la niña no existiera. Al principio,
Lupe corría detrás de ellos, patosa y torpona, intentando ser una más; pero, para cuando llegaba a los lugares, los demás ya se habían ido. Con los
años la vi resignarse a su inexistencia. Se pasaba los días recorriendo sola la barriada, siempre al mismo paso y doblando las mismas esquinas, con esa determinación vacía e inútil con que los peces recorren una y otra vez sus estrechas peceras. En cuanto a Lolo, vivía más lejos de mi casa, en otra calle. Me fijé en él porque un día los otros chicos le dejaron atado a una farola en los jardines de la plaza. Era en el mes de agosto, a las tres de la tarde. Hacía un calor infernal, la farola estaba al sol y el metal abrasaba. Desaté al niño, lloroso y moqueante; me ofrecí a acompañarle a casa y le pregunté que quién le había hecho eso. "No querían hacerlo", contestó entre hipos: "Es que se han olvidado". Y salió corriendo. Era un niño delgadísimo, con el pecho hundido y las piernas como dos palillos. Caminaba inclinado hacia delante, como si siempre soplara frente a él un ventarrón furioso, y era tan frágil que parecía que se iba a desbaratar en cualquier momento. Tenía el pelo tieso y pelirrojo, grandes narizotas, ojos de mucho susto. Un rostro como de careta de verbena, una cara de chiste. Por entonces debía de estar cumpliendo los diez años.
Poco después me enteré de su nombre, porque los demás niños le estaban llamando todo el rato. Así como Lupe era invisible, Lolo parecía ser omnipresente:
los otros chicos no paraban de martirizarle, como si su aspecto de triste saltamontes despertara en los demás una suerte de ferocidad entomológica.
Por cierto, una vez coincidieron en la plaza Lupe y Lolo: pero ni siquiera se miraron. Se repelieron entre sí, como apestados.
Pasaron los años y una tarde, era el primer día de calor de un mes de mayo, vi venir por la calle vacía a una criatura singular: era un esmirriado muchacho
de unos quince años con una camiseta de color verde fosforescente. Sus vaqueros, demasiado cortos, dejaban ver unos tobillos picudos y unas canillas flacas; pero lo peor era el pelo, una mata espesa rojiza y reseca, peinada con gomina, a los años cincuenta, como una inmensa ensaimada sobre el cráneo. No me costó trabajo reconocerle: era Lolo, aunque un Lolo crecido y transmutado en
calamitoso5 adolescente. Seguía caminando inclinado hacia delante, aunque ahora parecía que era el peso de su pelo, de esa especie de platillo volante que coronaba su cabeza, lo que le mantenía desnivelado.
Y entonces la vi a ella. A Lupe. Venía por la misma acera, en dirección contraria. También ella había dado el estirón puberal en el pasado invierno. Le había crecido la misma pechuga que a su madre, de tal suerte que, como era cuellicorta, parecía llevar la cara en bandeja. Se había teñido su bonito pelo oscuro de un rubio violento, y se lo había .cortado corto, así como a lo punk. Estaban los dos, en suma, francamente espantosos: habían florecido, conforme a sus destinos, como seres ridículos. Pero se les veía anhelantes y en pie de guerra. Lo demás, en fin, sucedió de manera inevitable. Iban ensimismados, y chocaron el uno contra el otro. Se miraron entonces como si se vieran por primera vez, y se enamoraron de inmediato. Fue un 11 de mayo y, aunque ustedes quizá no lo recuerden, cuando los ojos de Lolo y Lupe se encontraron tembló el mundo, los mares se agitaron, los cielos se llenaron de ardientes meteoros. Los feos y los tristes tienen
también sus instantes gloriosos.

Montero, Rosa. "La gloria de los feos".
España, Alfaguara, 1998. pp. 112-114.
Lecturas para adolescentes.

Lecturas

EL TRANSPLANTE

A. Van Hageland
El gran mago observaba con mirada severa al malhechor que estaba en pie frente a él. El acusado, con la cabeza bien erguida, parecía no tener conciencia de la importancia de su crimen.
— Ha pecado usted gravemente contra los planes cósmicos que yo había trazado; más gravemente de lo que usted cree —le dijo — . ¿Sabía, sin embargo, que está prohibido propagar ideas contrarias al orden establecido?
El acusado no respondió.
— Usted conocía las consecuencias de un acto de tal gravedad — continuó diciendo el gran mago — , por lo tanto será usted trasplantado.
El condenado perdió de pronto toda su seguridad y cayó de rodillas.
— ¡No, por favor, se lo suplico! — gritó — . Hágame sufrir aquí durante miles de años, durante todo el tiempo que crea necesario. Pero no me condene al más atroz1 de los suplicios.
Impasible, el gran mago apretó el botón de esmeralda que había sobre su mesa de trabajo. Brotó un resplandor color malva. Y en el lugar donde el condenado se encontraba hacía sólo unos instantes, no se veía ya nada.
Al mismo tiempo, allá abajo, en la Tierra, un llanto infantil anunciaba un nuevo nacimiento.

Hageland, A. Van. "El trasplante". En: Las mejores historias de terror. España, Editorial
Bruguera, 1975. p. 243.




Venusinas

Las primeras llegaron al comenzar el mes de mayo. Eran tan bellas que hicieron soñar a los hombres a lo largo de los días y a lo largo de las noches.
Poco se tardó en saber que no eran nada hurañas, y los hombres se transmitieron la nueva. Poseían un refinamiento tal para amar que dejaban muy atrás a sus rivales terrestres. El número ya grande de solteras aumentó. Y seguían cayendo del cielo, más atractivas que nunca, eclipsando2 a la mujer más maravillosa. Sólo ellas contaban para los hombres, y además no
resentían el paso del tiempo, ellas no envejecían.
Mucho tiempo pasó antes que se dieran cuenta de que eran estériles.
Así que, cuando medio siglo más tarde llegaron los robustos venusinos, sólo quedaban en la Tierra hombres decrépitos y mujeres ancianas.
Tuvieron con ellos muchos cuidados y los trataron sin brutalidad.

Versins, Fierre. "Venusinas". (Adaptación). En: El libro de la imaginación. México, Universidad
de Guanajuato, 1970. p. 130
1. Atroz, fiero cruel, inhumano.
2. Eclipsando: superando,
venciendo.
3. Decrépitos: ancianos,
viejos, achacosos.
Fierre Versins